Algún día miraremos hacia atrás y nos preguntaremos por qué teníamos tantas cosas en propiedad. El concepto de “poseer las cosas” en el que se ha asentado la economía occidental con la producción de bienes y servicios para uso particular está cambiando. A las nuevas generaciones no les interesa tanto poseer un bien, no sienten la necesidad de ser propietarios y están marcando el camino hacia un consumo diferente y más colaborativo. Un modelo económico que aprovecha las nuevas tecnologías para comprar, vender, prestar, alquilar y compartir bienes y servicios. Una forma de consumir que no solo beneficia a los usuarios, sino que fomenta el ahorro y un gasto más responsable y sostenible que beneficia al planeta.
Pero no solo los más jóvenes se apuntan al consumo colaborativo, cada vez son más las personas que ante la escasez de recursos, el aumento del coste de la vida y el impacto ambiental adverso de ciertas prácticas comerciales, optan por compartir el acceso a determinados productos. ¿Para qué comprarnos un taladro o un traje de fiesta que vamos a usar en contadas ocasiones y pasará a permanecer durante años en un armario? Ahora lo podemos alquilar, usar y devolverlo ahorrando dinero. Un modelo que se adapta, además, al estilo de vida urbano en el que se dispone de poco espacio de almacenamiento.
El consumo colaborativo responde fundamentalmente a tres modalidades:
De producto. Las personas utilizan un producto sin ser propietarios del mismo, como por ejemplo un coche en BlaBlaCar, o una casa como en Airbnb. Este sistema también ha supuesto una revolución en el mundo del entretenimiento de la mano de plataformas como Spotify o Netflix.
De redistribución. Se trata de dar un nuevo uso a aquellos productos que ya no usamos y ofrecerlos a otras personas que los necesiten a través de plataformas de venta segunda mano como Wallapop o Segundalia.
De estilo de vida. Destinado a disfrutar de bienes no tangibles como tiempo, espacio, habilidades o intereses comunes. Son opciones amigables en las que lo importante es compartir experiencias, proyectos o conocimientos. Espacios de coworking, crowdfunding o incluso plataformas para viajeros son ejemplos de esta tendencia.
¿Hasta dónde llegará el consumo colaborativo?
Durante siglos las personas hemos compartido el acceso a bienes y servicios en propiedad, no es algo nuevo: medios de transporte, viviendas, etc. Todo ello a través del boca a boca y sin una estructura asentada que permitiera el acceso a la población en su conjunto. La digitalización y el uso de las redes sociales han contribuido a la generalización del consumo colaborativo poniendo en contacto a miles de personas y facilitando compartir productos y servicios. De hecho, el éxito de estas plataformas se basa precisamente en lograr alcanzar una base de usuarios lo más amplia posible. Al fin y al cabo, una plataforma de este tipo sólo resulta viable una vez que una parte significativa de la comunidad la use.
La llamada economía colaborativa representa un cambio social progresivo, muy profundo y que sin lugar a duda tiene importantes repercusiones sobre el tejido empresarial. Que una proporción cada vez mayor de la sociedad comparta con otras personas sus bienes cambia por completo las reglas del juego. De hecho, empresas como Uber, BlaBlaCar y Airbnb ya lo han hecho. Son de las más conocidas, pero se calcula que, sólo en España, existen medio millar de startups con un modelo de negocio colaborativo que buscan hacerse hueco en el mercado. Y hay recorrido porque, según un estudio de la consultora Nielsen Consumer, el 53% de los españoles está dispuesto a compartir o alquilar bienes en un contexto de consumo colaborativo, lo que sitúa a España entre los países de la Unión Europea con mayor potencial de crecimiento en economía colaborativa.
Una dura competencia para los negocios tradicionales
El éxito de la economía colaborativa tiene su reverso en el modelo económico tradicional al que le ha salido un duro competidor. Lo hemos podido ver con la protesta del gremio de los taxis por plataformas como Cabify o Uber. En otros sectores, el consumo colaborativo ha llegado a provocar la extinción de algunos negocios tradicionales. La digitalización de la música y la posibilidad de compartirla con plataformas cono Spotify hizo innecesaria la tenencia de CD y las tiendas de música tuvieron que echar el cierre.
La tecnología es imparable y estamos asistiendo a la creación de numerosos mercados dentro del consumo colaborativo que, a pesar de las quejas de los sectores tradicionales, favorecen a los usuarios. Los expertos piden una regulación transversal teniendo en cuenta los derechos de los ciudadanos y las demandas de los sectores existentes, algunos fuertemente regulados. La complejidad y trascendencia que acompañan al consumo colaborativo exige que las instituciones pertinentes, a partir de estudios precisos, regulen y ordenen las prácticas. Hay que poder establecer los derechos y las responsabilidades de todos los agentes.
Un consumo sostenible que permite ahorrar
El auge del consumo colaborativo no es más que una respuesta de adaptación a las necesidades que atraviesa el mundo de hoy. Un consumo que apuesta por un uso más intensivo de los recursos, a los que puedan acceder una mayor cantidad de personas a un menor coste. Y hay que tener en cuenta el elemento de la sostenibilidad: compartir y alquilar más cosas significa producir y desperdiciar menos, lo cual es bueno para el planeta. Pero además comporta un beneficio social, compartir, incluso con extraños, nos permite establecer conexiones y una sociedad compartida, resulta más sostenible que una basada en la propiedad.
Y no olvidemos que este nuevo escenario donde se comparten bienes y servicios tiene como telón de fondo el ahorro ya que el uso compartido permite a las familias realizar un menor gasto, ahorrar y asegurar su tranquilidad económica futura a través de seguros de ahorro personal como los que ofrece Avanza Previsión que no solo permiten ahorrar sino, además, obtener la mejor rentabilidad garantizada.
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